miércoles, 5 de febrero de 2014

De Bodorrio

¡Tú serás el próximo! 

Ayer, cosa rara, tuve que ir con el traje de boda a trabajar. No porque me apeteciera dar un toque de distinción en la oficina, sino porque a la salida de trabajar tenía que ir escopetado a Ereño, donde era el banquete de mi boda con mi señora novia (a la que, por cierto, podéis ver en la foto). 

Si sois observadores habréis notado cierto parecido de mi prometida con mi persona. Pues bien, no hablamos ya sólo de "un cierto parecido", sino que, como las mentes más despiertas habrán podido advertir, se trata de mí mismo. 

¿Y, qué hago yo vestido de novia, os preguntaréis? ¿Acaso no hablaba, hace unas entradas, de una novia a la que regalaba souvenirs y pasteles de Bilbao? Efectivamente: y me refería, por supuesto, al propio Jokin.  A lo largo de mi vida he podido comprobar que nadie se conoce mejor que uno mismo, y que en nadie se puede confiar tanto como en uno. 

En el momento en que el que me dí cuenta, emocionado, corrí a proponerme una relación, que acepté encantado, y que me ha brindado ya un par de años de emocionantes tardes en el sofá, algún que otro paseo; conversaciones interesantes y sí, ¿para qué negarlo? sexo de calidad. 

No veía ya el momento de legalizar esta relación por todo lo alto, en parte porque él no quería dejar escapar a este ser tan maravilloso que hace su vida tan feliz cada día; pero también para disfrutar de las ventajas que me aportará mi nuevo estado civil a la hora de hacer la declaración de la renta. Por suerte, los japoneses han sentado ya precedentes en el tema de las bodas; y, habiendo ya varios casos de nipones felizmente casados con dibujos animados, no podía negarse que mi caso, pretendiendo contraer nupcias con un ser humano, de mi misma condición, era bastante más "normal". 

Habrá quien me llame gay y tilde mi enlace de absurdo. A todos ellos: no saben lo que se pierden. Además, mi pareja está a favor de las relaciones abiertas y los tríos, en los que, si se nos presenta la ocasión, no dudaremos en participar. 

Ciñéndonos al enlace en sí, resaltar que por desgracia llegué tarde a la ceremonia religiosa, aunque mi cónyuge no tuvo que esperarme (otra de las ventajas de mi elección). Sin embargo, como marido y mujer llegamos con puntualidad inglesa a la pantagruélica comida, que no nos engañemos, es la parte buena. 

El banquete fue verdaderamente soberbio, seguido de copas y bailoteo (vaya manera de sudar, entre el calor y los bailes), y hacia las 10 de la noche, autobús que previo paso por Mundaka y Bermeo nos llevaba finalmente a casa.

Finalmente, a la cama para la consabida noche de bodas; y mañana nos iremos de luna de miel; aprovechando un viaje 2x1 que he encontrado en groupón. Sólo me queda destacar lo feliz que él se siente, y mi propia adoración por el que ahora es mi marido. Espero que dure hasta que la muerte nos separe. 


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