jueves, 6 de febrero de 2014

Mi primer cotillón chispas

Primera menta-poleo del año, en vaso de tubo,
 como manda la tradición. 

Para todo hay una primera vez, y a mis años nunca había ido a un cotillón. No era a priori la idea que más me llamara, ya que ni siquiera soy un entusiasta de la nochevieja, pero de todo (o casi todo) hay que probar, así que me puse a buscar diferentes opciones y descubrí que en el Club de Jubilados "la Dentadura", justo al lado de mi casa, celebraban uno. 

La opción era interesante: el precio francamente barato; con un plan muy tentador (juegos de mesa varios), y prometían uvas, bebida y piscolabis durante toda la fiesta. 

Lo cierto es que tenía mejor recuerdo de aquel sitio, ya que otras veces he celebrado allí mi cumpleaños y siempre con muy buenos resultados. Sin embargo, la ambientación para nochevieja me pareció bastante cutrosa, con un árbol de navidad seco y menos espumillón del que me habría gustado. La comida era escasa y muy frugal; lo más decente que pude llevarme a la boca fueron unas cuantas pastas Reglero que tenían en una bandeja; aunque por suerte, los demás comensales no parecían tener demasiado apetito; lo que me permitió salir de allí con el estómago lleno a rebosar. 

A pesar de esta escasez alimenticia, la velada en sí no estuvo mal. A resaltar la música del local, que fue uno de los puntos fuertes de la noche, puesto que pusieron grandes éxitos de mi niñez: Francisco Alegre, María de las Mercedes, Capote de grana y Oro, y un sinfín de coplas sobradamente conocidas; con mención especial a "El chacachá del tren", del archiconocido grupo Mocedades. Como siempre hago con estas canciones, me harté a cantar y a bailar hasta acabar bien sudado, pese a que los demás asistentes no parecían, en general, estar por la labor de hacer lo mismo. Eso sí, me vitorearon cuando terminé, cosa que siempre es de agradecer. 

Otro punto a favor de La Dentadura fue la cantidad de cosas divertidas que habían preparado para la noche: mesas para jugar a las cartas, un bingo, un minicircuito de petanca (¡en el que gané!) y una competición de mirar a la pared; actividad en la que los demás participantes mostraron un gran entusiasmo. A sabiendas de que habían colocado varias mesas para juegos de mesa, tuve la feliz ocurrencia de llevarme el Colonos de Catán y el Drácula de mi casa, pero aún estaba leyendo las instrucciones cuando sintonizaron el reloj de la puerta del sol, y no pudimos empezar la partida. 

Y después, ¡juerga! con las campanadas nos sirvieron una chispa de champán (yo tomé tres copas, ya que los dos que estaban al lado mío me las cedieron amablemente, alegando problemas de tensión), y una infusión de menta-poleo, que entraba muy bien después de tanta actividad. 

Sobre las 12:30 de la noche comenzaron a retirarse los asistentes. Una hora muy razonable, ya que yo tambíén empezaba a encontrarme cansado, después de tanta juerga y actividad. Aún así, ya que había pagado había que quedarse hasta que cerraran el local, así que aguanté como un campeón hasta las 12:45, momento en el que clausuraron el acto. Cinco minutos después ya estaba en casa durmiendo a pierna suelta; y es que todo son ventajas al celebrar la nochevieja en un centro que tienes justo debajo del portal. 

 Balance:Una noche muy divertida; si bien me quedé con las ganas de jugar a los juegos que había llevado de mi casa. ¡Pero, sabiendo el plan general de los cotillones, el año que viene puede que me anime a probar en otro sitio!



Puedes encontrar la entrada original aquí, pero a nosotros nos gusta más esta versión, jeje. 

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